Su veneno suele ser dulce. Se ampara
en la carcoma del silencio y acecha al día,
a la noche, al azul del instante. Su doctrina
es negación, su mandato la lejanía sutil, quizá
la inconveniencia del espejo. Busca y rebusca
en el caudal hasta la hoja fósil que ha caído
como el cromo virgen de la debilidad. Su
razón no conoce el abrazo ni la paz del amor.
Se entiende con el olvido y calla si una lágrima
le muestra su verdad o su madurez. Yo espero
la caricia de otra luz o de otro canto, un
ser que se arrime al tobogán de mis dudas.
Una sombra que susurre la voz antigua
de los niños cuando dibujan sobre la
sal del tiempo la firma única de su dejadez,
el ojo inconmovible de la constancia fiel.
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