miércoles, 14 de febrero de 2018

Nuestro bosque



La araña siempre ha existido,
la vida, sí, la araña.

Esa bocanada hacia el azul,
respirar en la sincronía de la carne,
el llanto y la cúpula de un devenir fácil,
el dios que no pregunta
-su ruido es un beso
y su plenitud la arcadia de los días insomnes-.

Y en qué secuencia los jardines brotaron,
adolescencia, juventud,
-arriba los ojos como en un estallido-
y en qué laberinto el miedo a las cadenas,
flores frágiles que se endurecen
como la roca de aquel viejo mito,
como la penuria hostil de los cementerios.

El mar, la mar,
mar sin género,
el ósculo que te di contra el aire
para que llegara en silencio
con las miríadas de pájaros
que sobrevuelan la luz
y fingen para ti un coro de ángeles.

Es una diadema el viaje que se dibuja entre todos los viajes
-quise regalarte el viento en un racimo de anémonas-
aquel sol murió en tus labios
cuando el ansia voló
entre las espigas de un verano inacabable.

¿Y el alto zócalo que espiaba las glorias del amor,
su robustez de noches sin límite
en el arpegio de un futuro que quisimos cálido?

Vuelve la edad a escribir reglones
que se doblan como sarmientos
sin vértice ni alma.

En el bosque las tormentas se exhiben para derrotar al limo
y nadie, ni los animales
aúllan.

Hay una misión en la vida que no pertenece a los sueños,
tal vez tu estatura sea la de un árbol
que se comba hacia la faz fósil
de las hojas vestidas por el musgo
y por esta niebla
que de pronto me cubre
cuando tú ya te has ido.







No hay comentarios:

Publicar un comentario