Ah! sí, la lejanía, qué es la lejanía
sino el recuerdo de la huella,
el diapasón infantil del tiempo.
Me acostumbro a un lenguaje poblado de sombras,
resucito los pasos de un imberbe,
escribo canciones en la cuna del adiós
como un cervatillo que desnudara
su inocencia de cristal.
En mis orillas solo la luz procrea
el símbolo de la continuidad,
elijo las rompientes
porque no me gusta la razón del agua
que quiere un charco o un manantial improbable.
Sé de las esquinas donde no he visto
el transcurrir de los lobos
y es una incerteza saberse acantilado
contra el golpe de un mar deshecho en furia,
sorprendido por la lealtad de aquel antiguo Prometeo
germen de la luz.
Las guillotinas,
oh! sí, las guillotinas y su silencio,
el brote de los números-lunes a viernes-sin alas,
el candil hospitalario de esa humedad que huele a espliego,
a vómito y, a veces, a tu ser.
¿Y el fogonazo azul de la palabra invencible
que me hirió como un deja vu?
Cabalgan los caballos del ardor
y, también, los de la renuncia,
el unicornio golpea cada noche en mis sueños
y yo escribo latitudes sin querer,
ajeno ya al dibujo de las tórtolas que se arrullan
porque no han conocido el árbol del olvido,
la llama exacta del relámpago,
que aún regresa y regresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario