Lo que hemos compartido es manantial de vida
y sin embargo hay un agua
que no cesa de morir.
Somos cómplices,
nos duele la ausencia de la felicidad,
no nos acostumbramos al miedo de extinguirnos cada día
en los espejos que son una verdad sin luz,
en las fotografías para las que un rostro significa
el desdén de un presente que ya es ayer.
Hablaremos de los jardines prohibidos,
de ciudades donde creció la flor del éxtasis,
quizá de la ternura de un hijo
o del fulgor que concibió para nosotros
mil y una noches sin alba.
Todo son recuerdos que no nos necesitan,
su razón vive en la nostalgia
de dos círculos perennes.
Dos círculos que se entrecruzan
aún después de habitar el olvido.
Dos cuerpos que ya no se reconocen
más que en la memoria
frágil de la senectud.
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