No acaba de crecer el día, este gris dibuja una pátina
de sombra en la timidez de los huecos, en el televisor
y su negritud, en la alcoba mortecina-el dosel recogido,
las molduras gastadas como ribetes sin luz-tu cuerpo inane,
abrazado a sí, hembra que sueña con el paraíso invencible de las olas,
los juncos altivos, la flor naranja en los párpados, la respiración clara
de una paz sobria que te posee como una nube. Y los retratos
donde yo existo en un ayer de risas para que al verme aún
puedas bailar las danzas de la alegría múltiple, en banquetes
de amistad bajo los robles y las acacias, con la música de los insectos
estridente y coloquial, néctar en unos labios fijos en ti, en tu otro surco
que engarza mi humedad con la tuya, festivo el licor que se escancia
en los vasos para que viva en ellos nuestra ternura de infantes
que amaran sin fin las mejillas mojadas de una madre ciega.
Sé que duermes porque me nombras desde los círculos de la juventud
y hay en ti vestidos rojos, piernas moldeadas, pechos que se alzan
como pérgolas infinitas, una página de papel en la que vivir tú y yo
para siempre los episodios de las mil y una noches que nunca cesan de pasar.
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