Aún después de abrazarme a esta copa,
con el silencio de la última palabra
cuando los labios prorrumpen en sinfonías de incoherencia
llega la exactitud de la hora blanca,
el músculo del deseo
que germina en los ojos metálicos del neón.
Así, orillando nostalgias,
bajo el desliz de la lluvia,
derrotando hospitalarios hogares de noches insólitas,
al cónclave del alcohol y las náuseas
-también de la caricia, del metal
junto a la voz que subyuga, el cenit de una mirada
que encuentra un visaje de amor-
con mi historia y mi ansia llenos de ausencias
se precipita el ritmo de unos botines rojos
en la música sin pausa
de la nocturnidad fiera.
¿Es así la magia de dos sexos que naufragan
en un río común de narcisos y nieve,
incertidumbre que resolverá la luna
al posarse sobre su piel entregada?
Solo sé de esa luz
que jamás termina de nacer y morir
o morir y nacer
en su cuerpo febril,
en su flor de lujuria.
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