Está tan próximo y a la vez tan lejano,
es el mar de mi infancia, la arena cálida,
la olas cansadas, días de aventura y soledad,
faros que convergen en un horizonte difuso.
Me desperté con su armonía, atardecí con su espuma
silenciosa, anochecí con el crepúsculo que dibujaba
en las colinas su color de púrpura y azul. Yo soy
todo bahía cuando paseo entre sus rocas y no pienso
en la voz de las sirenas que agachan su canto
bajo las rompientes, tímidas como un silbido
que nadie oye en la barbacana. Sí, hay un aroma
de fosforescencias, un rumor antiguo de barcos
que se alejan con el filo amargo de sus espadas
resplandecientes al sol. Aquí aún se escucha el eco
del berberisco que venció a sus demonios. Nada
importa si no te veo junto a mi corazón en calma.
El mar es un espejo de algas transparentes donde
viven los sueños clandestinos, con mi rostro
y mi ceniza de arcángel, con mi voz que brota
de la bruma prisionera de este oleaje amigo.
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