El inicio
es el caminar desvaído de un niño
que baja andando una cuesta.
Su mano se aferra
a la mano dulce
de una mujer joven.
Quizá tenga dos años,
quizá su figura aceitunada,
el cuerpo lánguido,
la blancura de una ropa extremadamente limpia,
todavía le pertenezcan.
Mientras ella ríe,
en el rostro del niño hay una sombra de temor,
puede que su causa sea el ulular del viento
que uno imagina al ver las ramas caídas
o el crepúsculo tan rojo
que asoma por encima de los tejados
de una casa desportillada.
No sé el lugar ni sé el tiempo,
ni la hora
ni la estación.
En el sepia de la fotografía
habitan los fantasmas del hombre
que será.
Alguien le ha dicho
que esta mujer se llama María.
A ella le dedica
el primero de sus recuerdos.
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