Quien cree en la magnitud de los detalles
encontrará el sentido de las horas sin luz.
Levemente la mesa sigue
el ritmo infantil de los desheredados.
La mañana es la misma mañana de siempre
con sus latidos de claridad,
sus señuelos que vibran en la piel
como relojes de locura.
Piensa en las manos de esa mujer
que junto a ti cubrió de palabras
una tarde perdida.
Imaginaste sus uñas sin color
o el leve ademán de acariciar su mejilla
cuando el rubor parecia la flor perfecta
de un jardin cohibido.
Y las mentiras que un vaso no conoce
en ese momento en que el licor se aventura
hacia los demonios de la nocturnidad.
A mi me gusta sentir lo que calla
sin abalorios,
sin ventanas entreabiertas a la esperanza,
lo que únicamente de la memoria podría brotar
como minúscula figura que da luz
a estos ojos bifocales
que aún recuerdan los pasos lentos
de un instante sin huella.
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