miércoles, 19 de agosto de 2015
La caricia
A menudo aparece como un después,
una sombra que hereda la luz.
Su vuelo es de mariposa,
su verdad un sol desconocido.
Se alimenta de los ojos caídos
y no espera un rebumbio
en el desprecio de ese instante
que refulge.
Escribe en el aire
con arenas de lástima,
su razón se asemeja a la alegria de los cometas
cuando surcan el vientre del destino.
En mis dedos se agita
como cicatríz heredada de una cercania,
de un camino trillado
por la constancia.
A veces se posa en las cálidas hebras
de un cabello familiar
para darle nido, arrobo, futuro.
Otras pasa como un avión
que descubre su mecánico eje
como flecha sin nombre
en la palidez de la desidia.
Me gusta el arpegio de su piel ,
el maquillaje que roza la infantil desnudez
de un corazón momentáneamente herido;
su locuacidad de terciopelo
en los hombros, en las mejillas,
en los labios mudos.
No sé si es un adiós
o un para siempre,
sólo dejo que la magia de su ternura
invada el cáliz oscuro de los días.
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