Como una mecha
que se acumula en la luz
sin nombrarla,
así el deseo.
Como el peso del raíl incendiado por la quietud
cuando la noche desvirga los ojos
y la palabra surge como un manantial,
fértil y audaz.
Te doy una razón o tal vez otra,
te doy la historia que creo nuestra,
esos hilos de araña que soñé
en mis columpios de bondad.
Es curioso que sea la memoria
quien cautive el resplandor,
la espadaña aún imagina el número de los latidos
de esa herrumbre que anuncia su deriva.
¿No recuerdo el carmín?
Sé que las calles nos pisaron,
que el neón fingía como un nido de amapolas,
que las risas de los menudos labios
acompasaban ese titilar que las dudas pervierten.
En el café sentí el brillo de las golodrinas,
la exactitud de un sorbo en el mantel de la ubicuidad.
Y te dije lo inombrable,
mientras un eco nacia en tus rosas cansadas,
ajenas a este lunes que decae.
Escribi las letras del orgullo en los tejados albinos,
la luna crecia como una esperanza
pero el monosilabo del mañana
fue un anuncio de esa sombra
que aún nos persigue.
Esa sombra que escribe este poema
y habla de ti, de tus manos que se levantan
como pájaros de adiós
en un noviembre perdido.
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