Quizá se abran ventanas
aunque no sea a la luz.
Si un misterio absorbe la herencia
de los cromosomas silenciosos,
si una caricia es como una pérgola de hojarasca
y el temido resplandor acude al sarmiento,
a la premura y a la edad,
como un lobo que añorase
los ríos y la noche,
los espejos y el hálito,
su ser o su perdida bondad,
yo volvería a mi.
No hay otra esperanza que el marfil del sueño,
alli donde los ideales son razón de banderas blancas
y sufre la palabra cuando ha de amanecer
en un país roto.
Sin querer, lo mismo que el oleaje
que abandona su sonrisa
en los labios de una arena frágil,
y se desnuda con el oro de este cansancio
que fue el ayer no entendido.
A través de los años crece la raiz
de unas flores desmedidas que fueron piel y vacios,
nocturnidades en las que el alcohol sabía a paraiso,
mentiras que ennoblecían los ejes muertos
de un reloj sin nombre,
curiosos ejercicios que van
de la nada
a la nada.
Sigo y persigo
el paso múltiple de una canción que me derrote
o tal vez el aire que duerma en la sed
y me pregunte porque mi sol no nació antes
o porque un rayo de inmensa senectud
no se dibujó insolente en el asfalto negro
que la penumbra devuelve a la serenidad de la luz,
el ósculo triste de una paloma que jamás voló.
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