Sabré
que era pluma cuando el aire diga mi nombre
entre
voces sin origen.
Puedo
entender al río de novísimas moléculas
que
ejercen su tiránica fe en remolino o en cascada,
tal
vez armoniosas bajo un fluido lento de eternidad.
Y
soy atril de palabras no mías, en un coro que suena engañosamente
único.
Quisiera
un mástil en mi barco, rotundo, noble con su velamen
que
ante el viento no claudica.
O
ser el estallido de la flor, una flor-roca que nunca conociera
la
solidaridad del perfume, el racimo o la jactancia de hermandades
que
en el jardín del tiempo se unen para testificar la armonía
de
una misión común.
Pero,
¿y abril y los puentes rotos?, ¿dónde el fugitivo,
el
apátrida que buscó un sello de identidad en los mapas de la luna?
Acaso
fui alguna vez soliloquio entre la marea
si
jamás supe del grito ante el silencio atroz de los pájaros.
Si
solo en el ardid o el misterio, en la mentira que tapa las raíces
que
extienden su mar por todas las esquinas
donde
se dibuja la ingenua faz del individuo
hallé
el rostro infantil de mi sombra.
Si
mi latido sonaba a eco entre los corazones sin autor de los
enjambres,
si
en mis huellas no nacía ningún árbol en soledad.
Si
volví a los surcos de la memoria solo para descubrir
que
soy herencia de un crisol que en su núcleo no dejó más rastro
que
el que deja el agua en el invisible tamiz del olvido.
Así
es como con la luz fugitiva que ahora muere en la piel de los hombres
doy
razón de mi paso sin dejar cicatriz, ni en la voz del recuerdo
ni
en los ojos que ya no consiguen ver el perfil desnudo
que desvela mi auténtica estatura.