Y pasarán las auroras y el negro de
las noches,
los
trenes del silencio, las hojas caducas de todos
los
atardeceres del mundo, la longitud de mil olas
en
las playas dormidas, la música que en cualquier
bar
sin nombre suena triste como una canción mutilada,
los
cuerpos crecidos sin edad, el neón que parpadea
en
los arrabales de un país sin gente, los domingos
que
huyeron al sur de mi herida, las aulas donde el idioma
de
los números se escribía con tildes de ilusión, los ritos
de
la ciudad como una cicatriz en la piel de nuestra juventud,
la
risa de los viernes en las plazas insomnes, el amanecer-niño
de
la imprudencia vertiéndose en el sol de un corazón irreal,
la
vecindad de un eco que surca las calles del adiós; pero no
pasará
esta voz que recuerda tu ropa, tu perfil, tu rostro
al
nombrarte bajo el dintel de los días que no callan.