¿Cuál es su código sino la forma múltiple
que engaña a la luz con la sinuosidad del color
y la textura tan ajena a lo humano?
¿Seré el rostro del arlequín con mil nubes en la tez,
los labios púrpura, el tinte en las cejas
y en los pómulos el brillo astral de los sueños?
Porque tras el antifaz hay un ansia que juega al misterio del amor,
y son de perla, de oro, de encaje, de porcelana
las sinuosas colinas de su perfil.
O de humilde papel con el dibujo siempre por terminar de una imagen
que deberíamos reconocer como se reconoce la mirada propia
en el corazón de los espejos.
¿Será el familiar contorno, mi sitio en el árbol genealógico,
la raigambre que crea entre los parientes
un nudo de rasgos que se reproducen en la herencia
como una colección insana de astutas caretas
el carnaval donde confundimos lo próximo
con lo imaginario?
Ante la muerte no hay disfraz, solo la verdad de los huesos
sobre una cicatriz que se difumina en el claroscuro de la nada.