sábado, 22 de febrero de 2020

Los paraísos

Hay un paraíso, casi siempre frágil, al que algunos llaman recuerdo.

Cierra los ojos y aspira la luz del túnel amigo;
allí, aún persisten, los olores, el tacto, el sabor de la sal y de la lluvia,
los juegos sin fin, tantas veces la incertidumbre en el anaquel de la sombra.

Tuviste un amor,
o dos,
o tres,
legendarias Olimpias se posaban en tu lengua
como libélulas rojas.

Pero llegó la reina ambarina,
su misterio robó al día la memoria del crepúsculo,
tan resplandeciente su huella al marchar
o al volver de sí.

Hoy recuerdas paisajes, olas de invierno,
los tejados tan ocres desde la habitación abuhardillada
y la fatalidad que sufre:
la respuesta ignota en un examen,
el vicio o la imaginación púrpura
al sentir el oro blanco del deseo en las ingles.

Siempre atrás, siempre la mudez de los labios sellados
y el refugio de la música, la soledad húmeda de las madrugadas
sin el sonido amable de las fuentes.

Y, de pronto, ya no existe el confín de tu infancia o de tu juventud,
ni los comercios donde compraste el fulgor de los sueños,
ni la furia del vendaval que hería los vidrios de aquella casa
que murió sin tú saberlo,
sin

saberlo.

Y aún recuerdas el silencio,
la idolatría volátil por un lugar donde los mitos se diluían
igual que títeres de agua.

Hay un crisol de imágenes selladas con un lacre en tu corazón,
hay daguerrotipos que tiemblan en tus manos
cuando dibujas la edad; y todo eso no son más que las pulsaciones de un fantasma
al que ves en el espejo sin reconocerte,
sin saber que en tu memoria los paraísos nunca mueren,
aunque a menudo a ti te parezcan
las cenizas insondables de un rescoldo.



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