Aquí está mi espalda rota,
con el sur de ónice, y tu voz sin vocales que enmudece.
El olor del café es una nube marrón,
las caderas de Milagros un submarino que otea la noche.
La verdad flota en los espejos, se arrastra como un gusano
que parpadea al sol, uniforme, casi lúcido.
Ya vendrá la hoja perdida de un árbol manso,
rozará con su pestaña el óxido oscuro que maúlla en el ventanal.
Es el lirio o el plafón que se enrosca igual que un vientre
de mandrágora. Ese áspid del desencuentro en la gloria
de tu axila robada, aquel insomnio bajo los puentes sin ceniza,
el oso que olfatea un coral gris, la amapola azul sobre la cresta del payaso.
Ya danzan en los alféizares los cisnes que madrugan.
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