viernes, 28 de febrero de 2020

El epitafio

Me acuerdo de un refugio oculto por la hojarasca,
los días robados a la luz, eternos como un signo.

A veces me llega una voz antigua
o una imagen que reconozco,
o me hablan mis heridas
o resucito a las estatuas del tiempo para volverlas carne.

Es la soledad que invita a los fantasmas
y les unge con el hoy,
con mi hoy de ojos cerrados.

Sin pausa rondan los gemidos del sexo
y sus dormitorios frágiles, regresan las confesiones guardadas
y la vigilia nocturna de los insomnios.

Yo sé que los años me devolverán a la infancia,
a la ternura del amor y a los juegos sin final.

Sé que un rostro acercará sus labios a mi boca
para que florezcan, por última vez, el jardín del deseo
o la humedad de la vida.

Y a cuántos di mi amistad y a los que comprendí por ser como yo,
a los susurros que blandí para que callara la noche,
a tu espacio que ocupa mi espacio,
al mar y sus ángeles de agua,
a las colinas donde los pájaros no encuentran quietud,
a mi ciudad que es un tallo florecido o un arma desnuda.
A todos los que me entregaron su sombra,
les dejó mi memoria, mi lucidez
y un epitafio escondido para cuando la muerte llegue.





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