lunes, 27 de noviembre de 2017
Carta de Prometeo a Zeus
¿Por qué no te entregas al amor de los cuerpos débiles?
¿Qué lujuria hay en el poder que nombra el castigo?
¿Es, acaso, debilidad ser generoso como un pájaro
que alimenta sus crías con el don del refugio?
Por eso, por ti, por tu esencia que ignoras
yo entregué el calor al hombre,
le di al barro la ternura del fuego amigo,
quise un destino amable para que nadie sospechara
de tu injusta crueldad.
La vida a menudo parece un juego,
las entrañas de un toro no guardan orden,
basta la combinación de las oscuras vísceras
en un ardid, la tentación y el brillo del jugo,
el olor tierno de la carne que abisma
el sentido y confunde la razón
con la displicencia fiel de la idolatría.
Sé que tu alma en furia,
morderá la ilusión del ensueño
pero yo acudiré a las estrellas
donde el círculo de helios dibuja vida
y en el cáñamo o el hinojo esconderé
un brote de amparo, de aliento y de paz.
Tu venganza, como siempre,
esconde pechos de mujer,
mi hermano azul solo es dulzura,
armonía de la desazón entre los brazos de las sombras
que un destino concita
para destruir la luz.
Se abrirá la caja del dolor
porque ya es el tiempo de la deidad
con su látigo y su hambre de vómitos amargos.
Y yo, maldito como un yunque de carne,
obstinado en mi noche que será albur
entre los sueños blancos.
¡Qué duro el estigma de esta piel inmortal,
el águila acecha, escribe soliloquios de muerte,
ataca con el pico enhiesto
una y otra vez a mi locura!
Al héroe que vendrá le entregaré la llave dorada del jardín,
para que así el innombrable
olvide el desafío de mi nombre
en las lejanas llanuras del tiempo,
y crezca al fin la voz perpetua de la especie
en los designios seculares de la tierra.
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