Se enciende un cuerpo y vibra la noche.
Cimbrea la escarcha,
un sonajero llama al suburbio
y la palabra dibuja flores en la luz,
labios de ágil voz.
Un cine, un farol que palpita,
las calles dobladas por los pasos del ensueño,
los símbolos del sexo
como un narciso en éxtasis
que vuela y revuela
sin saber adónde
ni por qué.
Así se alza la historia que al silabear florece,
así las cinturas se aparean
y nace el futuro entre las hojas en yunta.
Es esto la vida, ¿o no?
Un corazón sin válvulas donde humear el miedo,
la incógnita áurea de los hijos,
el estío de las horas en ruta infinita,
la canción sin maquillaje
que nos espera,
nos espera
hasta el óbito.
Cada mañana soy yo y es otro el que vive,
solo latitud, ingravidez del tiempo,
juego que ya no jugaré
cuando la conciencia se desnude
en una fotografía olvidada;
ilusorio el tránsito
que en un segundo ilumina
aquel suspiro que ya no alienta,
ni inflama.
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