Esta piel ya no es la tuya.
Venció su holograma escarpado,
la insolencia del despertar reseco,
el estallido de un brote
entre las hojas acres del fémur.
Años sin memoria tras una luz perpetua,
gimnasia que no adivina en los espejos
la caries ni el rastro olímpico de un viaje
cuya eternidad supones.
Hasta la mejilla caída
o el círculo donde ahora reluce
este otoño que no creías vivo.
El lugar donde la grieta
es una verdad que agoniza
y aún no sabes cómo has llegado hasta aquí,
prisionero de esta lluvia que te empapa
con su raíz gastada y sus sombras azules,
el ataúd que ya todos ven alzarse
en las orillas de tu nombre.
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