sábado, 25 de noviembre de 2017

El tiempo de la lluvia amante



Nos acostumbramos al fuste que llora,
a la constancia del beso en las pestañas,
al rocío simple de las gotas
sobre la piel hospitalaria.

Y es que eran los meses del sonido del agua,
la raíz virgen en los pétalos
que beben de la ternura del lirio,
el acento suave de la música transparente
en los ríos que estallan.

Acurrucados bajo el paraguas de la intimidad,
susurramos palabras sin voz
mientras calla la noche
y cuerpos que huyen
dejan un rastro de olvido en las losas húmedas,
en el resplandor de las huellas varadas
que nadie reconocerá más allá de la herida.

Otra vez la canción de las calles taciturna,
ni los brazos abiertos a la luz
ni los caminos que el calor siembra
cuando agosto es un sol varado
y nadie se pregunta por los soportales,
sus arcos, su blanda inquietud de rumores
y pájaros que vuelan bajo el mar de las nubes,
singular el plumaje de una ráfaga de lluvia en sus picos álgidos
que golpean los charcos de mi nostalgia
como un gong en las entrañas
de la última gabardina derrotada por el gris
del canto y de la noche.

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