No sé por qué se ovilla, parece que la palabra
le aguijoneé el alma. Escucha el clamor de otra
poesía con la bendición de sus ojos caídos. Se
alza y es una uve encaramada a un sueño. Dice,
concita, los versos malditos de una vida dura
y muerta. Y su dolor no calla, no calla. Le oiré
decir, sangre, amor, desdicha, duelo, rabia,
locura. Pero él no cejará mientras la luz
crezca en su hombro y aún se sienta vivo.
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