Nada sino esperar el timbre
que abrirá los focos del ensueño.
Ser pasajeros de la noche,
fantasmas de lo oscuro,
con el ritmo ágil de los duendes,
sin ayer ni mañana,
solo príncipes de la luz caída.
Hablarás y hablaremos
de una edad que no fue,
la profundidad de las palabras
se mide en los ecos que no se escuchan,
su historia es breve
como el suspiro del dragón
que nos mata.
Ahora el silencio solo entiende a las estrellas,
existe un reloj donde laten las heridas
que sucumben al ejército de las flores
como palabra en el aire que agita sus ramas de color,
sus luces sin pausa.
La amistad no quiere hojas de metal,
le basta la sonrisa frágil de dos frases
que se saludan en la noche
con el abrazo de los pretéritos que nunca unirán su sol
más allá de este fulgor
que entretiene la voz de la luna
cuando su magia pasa junto a ti,
junto a nosotros,
como un alfil perdido.
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