Yo solo quiero la finitud de los cuerpos
en una cita innoble.
Se alimentó la caricia
con un son de clavicémbalos.
Solo era el despertar a los ecos de la piel,
la flor indeterminada que busca una sombra.
Sin ojos, a la espera de un signo
(las manos desnudas, el iris
que vuelve de un acantilado ausente)
como un trapecio que vive en la luz,
en su atmósfera amable.
Apareciste en abril,
con tus katiuskas rojas
y se quebró la corteza de la niñez
para buscarte en las calles,
en los cines, en los trenes desiertos,
en el surtidor de los días inconclusos.
¿Sabia ya de la mentira
o fue un hallazgo el robusto eje del mimo
que se acuesta sin entender su locura?
El ayer fue látigo de crespas doradas
que sufrían su inútil equilibrio
inundando el crepúsculo.
Que todas las risas estallen en el misterio de no verte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario