Es extraño que aún me pregunte quién soy.
Después de la convivencia con este cuerpo,
después de domar la razón con escrúpulos rojos
o fantasear con episodios improbables de salvación.
No,
mira en el espejo de tu mansedumbre,
perfil que los horarios han pulido,
la escarpia que te une al yugo de la rutina
y no te deja prolongar los brazos abiertos
hacia un sur de escamas.
Aún escribes frases de omnipotencia,
tus oasis dan miedo,
tus escaleras cansancio,
en el suburbio de ti vive un ángel derrotado
al que no veneras.
Pero los pilares exigen dosis de buenaventura,
a pesar de tus ejes, en el silencio de la inquietud
porque piensas en el hijo
y en los sueños
que no le amparan.
Nunca serás tú
aunque amargamente te refugies
en la simpatía del cristal,
aunque un vaho sin escribir
dibuje tu forma de nubes iluminadas
por auroras imposibles.
Hay un orden en el desorden,
hay verdades que se ocultan
(o mueren recién nacidas)
para perpetuar este ciclo insomne
que nos explica.
Asume pues la estratagema
y vive el espectáculo de un presente de esperanzas
en tus manos agrias,
en tu verdor de insolencia.
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