Nadie puede equivocarse
cuando camina tantas veces
entre columnas,
pilares, árboles
que guardan una simetría atroz.
Ni siquiera la lluvia
va a borrar el mapa de abril
ni las hojas tristes del invierno
volarán hacia otra ruta
que no sea el cálido eco del ayer.
A menudo te veo en el mismo parque
con la lectura indescifrable del silencio.
Hay un ángel sin rodillas
que cubre tu atmósfera de monja núbil.
En fin, son imaginaciones mias
las lineas donde escribes tu sonrisa,
lo mismo que los pájaros
cuando agitan sus alas
ante el temblor de la alegría.
Estas calles roban al sol su símbolo,
se estrechan igual que laberintos
que besaran mejillas inalcanzables.
A veces la luz crepita en las gotas
y crea simulacros de amores encendidos
que imaginan la penumbra
en futuros ignotos.
Y es fácil comprender
cuál es el episodio
que navega en los párpados del devenir.
Surge el brillo en baldosas sin nombre,
yo escucho las oraciones de este viernes lánguido,
mientras pienso que no existen otoños
en la humedad de mi ansia.
Alli vive el resplandor
de los dieciséis años cumplidos.
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