miércoles, 1 de julio de 2015
Fedra o la pasión pura
¿Cuál es el verdadero amor: el tibio fluir
de un río seco, la golondrina que atisba
insólita su nido escarlata, la marea
que jamás vuelve al amanecer rojizo?
Solo yo vislumbro el corazón de la locura
(con malvaviscos azules,
con pétalos que han corrompido
la noche y sus cometas,
con lobos que aúllan a un sol infantil
en los amaneceres del deseo).
Allí la isla, la estrategia de la cautividad,
el invierno en el invierno de mi razón
exhausta.
Tú, padre te cubres con racimos de laurel,
escancias el dulzor de los licores invencibles,
te acuestas con las clámides de un arbitrio fugaz.
Y no eres tú, cuando asoma la flor frágil de un esqueje
y prorrumpe con llantos hermafroditas
hacia mi timidez o mi desesperación
de ninfa idolatrada.
Todo es posible: la mentira, la maldad,
los ojos grises de la quimera
que sudan como un manantial infinito.
Los coros agitan su clamor de heridas,
la muerte llega triste como el designio
que ha madurado su luz.
Cada sombra es víctima de sus sueños
(me rocío con las cálidas aguas de la desventura,
con el orgullo senil de la insensatez).
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