lunes, 6 de julio de 2015

La infancia



Tus recuerdos son los recuerdos de otro.

Porque has sido paisaje,
ciudad verde, mar,
un eco oscuro en pasillos rotos.

Nunca se aprende a huir
sobre las olas de la vida.

Así, lo ingrávido juega bajo camillas redondas
o escribe en la corteza de un balón
los designios de la piel,
la amargura de la inconsciencia
de ser pájaro en la luz.

No existió invierno en los pliegues del dia,
no amaneció el dolor en las sábanas revueltas,
no pesó el frío de saberse tenaza
en los colmillos de la responsabilidad.

La infancia usa jerseys gastados,
botas a las que crecen plumas,
manos que acarician la sensatez
de lo efimero.

Y la música que recita palabras de amor
o susurros que envilecen el odio
o rimas que sostienen la ilusión
de una esperanza en las pupilas.

Entonces aprendí que un sur vive
en el corazón de la muerte.

Un sur que son palomas púrpura,
risas y agua fértil,
bicicletas que viajan entre nubes de candor
hacia el prodigio del recuerdo
que yace en mi
como una historia sin final.

Ya no importa que el azogue lo desmienta,
la máscara de un niño
todavía ve su raíz.

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