Yo sé que mi ciudad no te conoce,
porque jamás el oasis de tus piernas
surcó su luna en los dias
del mercurio.
Pero yo sí sé de ti, me bastó el anuncio
sin banderas de tu cuerpo frágil
mientras las horas clamaban
la absurda ceremonia del ángelus.
Te nombré espiga,
mano que endereza las olas,
inteligencia en habitaciones
que nunca oyeron tus sueños.
Y sentí el frío de tu falda plisada,
la blusa y el carmin,
la levedad de una gota en el silencio,
la inquietud de abrirse a los espejos
como una niña sin hogar
ni pasado.
Ah! si, los pubs recuerdan el abrazo de tu sombra,
aquellas palabras que el susurro multiplicó
bajo la luz de azules bombillas
en la madrugada del estío.
Aún siento la cálida espuma
como una sonrisa entre el humo y las copas,
aún vuelven a mi tus rizos
de paloma fatal
brillantes en el cosmos
de mil aullidos sin patria.
Ser feliz es un temblor que nadie ha previsto,
en la llama, en la nube, en el tránsito de un mar
que ya no existe.
Hoy te evoco como se evoca a la locura.
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