Quisiera llevar en mis bolsillos la memoria
de un virgo. Sí, la savia como un don, el brote
firme, las manos abiertas hacia el futuro, la inocencia
sin nombre que no conoció alfil. Y la música
o los juegos que retratan la carne, y las antesalas
de ese silencio sin luz que de pronto crece hacia
la rompiente de mil flores dormidas y deja su huella
de niño insomne, su aventura de marfil. Yo no sé
donde está mi virgo, lo he nombrado con amapolas
y clarines, con luceros y rencor, con odas y azul.
Detrás de un espejo, el infante da razón, estridencia
o locura. Tal vez aún puedas elegir lo que te llama
y resplandece en ti, tal vez en el descuidado
origen alguien descubra los latidos del dia,
sus antorchas que iluminan lo que será tu
ayer en el hoy, tu hoy en el ayer.
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