viernes, 27 de febrero de 2015

Lluvia de invierno en mi infancia



La luz amanecida, perpetua, insomne.
Mi piel en fotografias tan cercanas como
un beso. La rutina que algunas veces llora
en el corazón del dia. Mi sueño que almacena
dígitos como horas que el pájaro no atiende.
Los murmullos del mar, los jerseys que nunca
tuve. La curva que un minúsculo coche traza
después de la algarabía de una tarde infantil.
Y los padrenuestros o el vigor de los músculos
cuando los recreos invaden el solsticio de la
penumbra o la rutina. Mueren las bicicletas
al decir su abril, su color, su astucia de damas
ingrávidas. A menudo la humedad mata el juego
de los príncipes, entonces los dedos habitan
las mesas, el ritmo, las palabras alegres. El
agua que nunca muere en el río adorna el eco
de las risas, los oros dibujan una estación blanca
inacabable, allí donde la alegría es un símbolo
de flores y azul, allí en el territorio de la ilusión,
en la nube que ha dejado un rastro de candor
en la nieve.

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