No son los juegos de la memoria
la memoria misma.
Así el infinito atardecer,
la ilusión de la ciudad viva,
el saber que tu exisitías en su abril
como una paloma alegre.
Los juegos de la memoria
visten los tejados de luz
mientras la serenidad de los parques
teje sombras y mantos de color
en los dias que no vinieron
para ser palabra o perdón,
claridad que sueña tu piel,
dibujo del agua en tus ojos limpios.
Nada fue como digo,
no hubo teatros que bailaran para nosotros,
ni neones azules que encendieran tu risa,
ni labios de suburbio donde la sed y la lujuria
cabalgaran las horas.
La memoria es olvido cuando vienes a mi,
envejecida como un símbolo
y reclamas un diálogo de mariposas
ya caidas
bajo la eternidad de un invierno.
Más allá de las ciudades y el tiempo,
más invencible que la pasión contenida,
más frágil que tu perfil en la herida del cristal,
regresa a mi tu tránsito,
tu levedad fantasma,
tu pompa que surca mares vacíos.
La memoria no son los juegos de la memoria
sino la firma indeleble de un ataúd
en la pared rota de un corazón ajado.
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