Los oros y la noche no son lo mismo.
El alba de la piel abandona el pus de los dias, 
bruñe, rectifica la insensatez del sol.
Lástima de crecer hacia el destiempo 
sin brújulas 
ni astrolabios, 
sin paraísos 
ni mentiras. 
Mi entreacto vive su juventud de gloria, 
en su centro las mariposas crecen,
la ingravidez del deseo 
se multiplica igual que ramas
de pasión. 
Al fin la edad es un caballo 
que guarda en la memoria el primer relincho 
y la última mirada. 
La mia juega con el resplandor de una isla 
o divide el corazón de un rio 
en postales 
cuyo brillo será un ejemplo de trasluz 
en las horas vacias. 
Yo no hablo de otra cosa que no sea el tránsito. 
Mis pulmones esconden cuévanos de claridad, 
imágenes de inmortalidad dudosa, 
la frialdad de un quejido 
en cualquier vocal desnuda. 
Nadie interroga a los jazmínes, lo que dirán, 
su pensamiento vive en el aire que fluye 
y ama su lasitud. 
Me gustaria hilar las palabras con soles de invierno,
me gustaria el diálogo de las palomas, 
su arrullo vespertino como un círculo 
fértil. 
Un episodio que explicara al fin 
el porqué de este azar y no otro.
 
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