En ochenta metros cuadrados
la historia finge.
Se almacenan los ecos, las llaves,
los souvenirs, las heridas olvidadas.
En ochenta metros cuadrados
cabe un paraiso de huellas y silencio,
de éxtasis o ardor.
Su verdad dibuja aquí un recuerdo:
una vez más la forma en que has colgado los cuadros,
las fotografías que ya no miran tu ser.
En ochenta metros cuadrados
el sol atisba desde abajo
como un pequeño camaleón
que hiciera de la luz su nido.
A menudo estoy entre zócalos,
me miento en el rubí del azogue,
dividido como un reloj sin memoria.
Atardece en tu penumbra.
Yo quisiera vivir en mis oídos fósiles
pero resuenan los labios de un nombre
en el maquillaje del día.
¿Cuándo me dirás
que no hay incendio en tus ojos grises,
cuándo la sensatez de estas pisadas
sobre pino o dulzor me dirán
que ya no hay vida en el refugio deshabitado?
ResponderEliminarMe he perdido en tu rincón y he disfrutado de tu poética. Con tu permiso volveré.
Con un saludo, gracias.
Muchas gracias, Maria Socorro, por tu visita y comentario. Vuelve cuando quieras, aquí serás bien recibida. Un saludo cordial.
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