Así se abren las obleas del deseo. Tu reloj como
un devenir amargo, las orillas de este mar taciturno,
el eco de las copas en altivos árboles sin pasado.
Yo te digo: un candor, vuelve, regresa, es. Sé la luz,
el oido, el ritmo y la mecánica de este alud que
conmueve. Traza el dibujo que ignoras en el aire
como un arabesco sin memoria, igual que los dones
de los pájaros antes de ser vuelo. Y no preguntes por
los rojos ni invadas el color con dalias invisibles,
tu manto es niebla en los rótulos, noche sin ambición,
la llama en el cristal que muere en su cobardia. Mi voz
pregunta a las gárgolas y teme su risa, su histriónica
sed de grifo ambidextro. Hoy llueve y mañana lloverá
porque los cielos engendran rios de penumbra que
ambicionan el iris de las niñas perdidas. Como tú que no
has llorado al saber que los destinos son ojales de música
y dulzor, flechas cuyo desvio nace al nombrarlas desde
un ayer que ha perdido su inocencia. Mi rumor batalla
en las columnas de este transcurrir llamado edad, el agua crece
y en las baldosas un dios murmura: lo líquido es un nombre,
una vida o un sueño. Lástima de los dias invencibles,
lástima del aliento que se gasta en la duda, lástima
de ser yo el náufrago que perdió su fe, su corazón
o su alquimia. Bienvenido sea lo que ignora su raíz
y sobrevive al horror para contar lo que no existe.
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