sábado, 19 de abril de 2014

Memorándum


Como si fuera
un corazón habitado por ventanas,
allí el refugio.

Áspera la luz, las voces simuladas tras el vano,
un eco de transeúntes hacia el río
o la nube.

Recibí el calor de dos mediodías negros,
la pregunta insostenible al borde del alud.

Lo demás parecía ser nebulosa,
horarios dúctiles como el éter
que va midiendo su clímax.

Hubo noches de melancolía, otras cabalgaron
por muros de sueños, lejanas, pobladas
de trenes,
de mar
y latidos.

Nunca la verdad voló sobre mi vientre,
el agua, sudorosa, no limpió mi piel
ni mi luz.

En la avidez de las habitaciones las palabras jugaron
a ser niñas, los restos de un poema flotaron
como náufragos en desconocidos mares
sin idioma.

“Quizá así el púrpura de un labio incendie las grietas del amor,
incline las miradas hacia el sombrío existir
de una juventud rota o límpida.

Que los cúmulos de la edad dejen babas de ausencia,
telarañas sin raíz”-eso pensé-.

En los portales de la vida bailan los faunos,
en sus flautas de gloria hay vacíos de esperanza,
cánticos de imposible renacer.

Ignoro los años en que la flor fue brillo de panteras,
no recuerdo nada de su agilidad
ni conservo el semáforo de su locura.

Hoy visito mi ayer
cuando irrelevante el azar
me lleva a sus fachadas,
a los parques de estalactita
donde una vez el sol me nombró
altivez, a ese cruce de sombras
que engendran otra sombra
llamada deseo.

Tengo nombres guardados para mi
como perlas negras.

Rombos del inútil capricho.

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