Hablé contigo de aquel tren,
de las calles, de los cines,
de las piedras antiguas
como un ejército
en tu edad.
¿Dime, dónde duerme la palabra,
la oración que intransitiva regresa al diálogo?
Rutas de sillares- admiro tu andar de botines de felpa,
armoniosos como un secreto o una mentira-
en esta olimpiada de sueños cuando las galerías
se vuelven viejas y cantan los pájaros en tejavanas rojas
como un nido insólito o crepuscular.
Perdona mi maquillaje, es amargo y se estremece
sin un latido o un ojo que reviva su luz.
Ya sabes, la juventud no admite los fuegos fatuos
de una noche inacabada.
Mira la lluvia, cómo en el vidrio de los faroles
vierte su canción de primavera, así la historia
que nombro en el café, tras la oscura sinagoga de los días.
Hay demasiados círculos vacíos para que mi juventud
no reconozca los ramales de un espejismo, el futuro
con su gong de amapolas y su astucia.
¿Adivinaste en el rumor del molino, la felicidad sin hojas,
la simbiosis de los vástagos que te doblan,
ese mal humor dormido, incandescente?
Ya no vigilo las aspas del reloj. Si veo tu perfil,
lanzo al aire los doblones del misterio,
y confío en las rosas del azar,
en su sol
o en su nieve.
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