Recordar el espacio habitado.
Qué rumor de paredes,
qué tornasol en las porcelanas,
qué misterio de caobas y azul.
Allí, tú, el díscolo pasajero inmóvil,
aquel que mira las voces
y no pregunta por las vidas de nadie.
El que ignora la quemazón de un iris
mientras se extraña del azogue
incapaz de reflejar todo su cuerpo
y piensa en otro territorio,
húmedo como agua invertida,
salobre, infantil, paraíso y también albur
de esa historia inacabada
que se construye
sin piedad ni orden.
Te dices que las mismas cosas ya no pasarán
y no sientes rencor
porque en el saludo de las imágenes
o en la voz que cotidiana te acogía
respiraba el don del cariño
(no dicho, no hablado, nunca feliz),
la responsabilidad que la familia adorna
de flores y nostalgia.
¿Cuál edad, qué desnudez de élitros,
dónde la tentación infinita de los jeans oscuros?
Era otra ciudad, si,
como tú eras otra muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario