No habité otra casa que mis sueños.
Después de la oración, después del infame
ejercicio de la rutina el cosmos regresa a la luz.
Días infantiles que arrodillan los parques,
en ellos hay un frenesí de hojas muertas
sin ruido, sin albur, sin pálpito ni vacío.
Porque en la brevedad de ese vendaval
de cuerpos y miradas-o en los equinoccios
del azar- yo no descubrí el perdón.
Siempre a la busca de lo inalcanzable
como el borrador de un dibujo en la noche,
el alto refugio de un labio que desangró su meteoro.
Entonces, aún creía en un dios o en primaveras
blanquecinas o en el deseo como un rubí
que podría robar al silencio.
Pronto llegó la edad con sus caballos omniscientes
y con ella un devenir de máscaras en las pupilas,
el terror igual que un juego que nos desviste
y nos incendia la piel.
¿Será la vida este río de átomos
cuya extraña gratitud nos sorprende?
Hoy sabes que has perdido,
que ya nada es resplandor.
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