Es imposible recorrer el aullido de un rostro.
Palomas en al aire, dedos de escarcha, infantiles
acrobacias sin memoria. No puedo, no puedo
adivinar el oasis que cabalga. Los vehículos,
las pisadas o la coincidencia del instinto
o de la nieve. Lejos, las cremalleras del perfil,
su oblicua sinrazón de panteras. Los años roban
el caleidoscopio al sempiterno eje de la flor
bendecida. Inútil el calendario que desnuda su candil
de células ambarinas. El color, la piel, el albur
ensimismado como la palidez del abismo. Quien
ansía la sombra del ayer no enmarca su latido. Vagan
los pájaros en el circulo imposible de los pendientes,
los ojos calibran las luces del azabache, las metáforas
ambiguas de un sol insípido. Mi latitud quiere
una frase perdida, aquella que en su infancia roja
despobló los mitos o encendió las hogueras
del suburbio. Una página abierta que no conocí.
La llave azul que mira sin ver las alas del buitre.
El misterio lúgubre de este hoy caduco.
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