viernes, 11 de octubre de 2013

Historia de un fracaso



Nadie arrebuja el latido ni el iris inmóvil
de la orfandad.

Estos pasos hieren la luz porque ambicionan
el protocolo de las sílabas huecas.

Yo nací en el ojo del eclipse con cien cadenas amarillas
y un coro imperfecto de consejos sin flor.

Sucumbí a las horas lúgubres del desencanto.

Entre espasmos y soliloquios que convirtieron mi vida
en un arco iris roto.

Siempre la soledad como sombra,
en los portales y en la latitud,
del hombre que crece
y se añora, corrompido por el mensaje de las luces
o el orgasmo del licor o la niebla que impasible
resucita un arcángel.

Así, en la memoria de la playa, en el patibulario ejército
del rojo clamor, en la historia breve de los delfines
que ignoran su músculo, en las lineas del deseo
que rejuvenecen la historia simple del vacío,
con caras inútiles o adverbios que mueren
en su raíz de incógnita.

Mi yo absorbe el silencio como una verdad sin golondrinas,
mi yo anuncia la atmósfera que involuciona la condición social
de los huesos, el laberinto que yacerá solo.

Solamente inmaculado o solamente cautivo en el apóstrofe del ser.



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