Para qué este silencio sin hojas ni mar.
Para qué el granito invisible que adora la cicatriz
o la luciérnaga o el talud.
Para qué mi voz de agrios dientes en la huella diminuta.
La voraz quimera deja un rastro de azucares rojos.
Llovizna otra vez en el músculo perdido, su llave huele a viento,
a mariposas y a escarcha.
¿Quién sabe del círculo que derrota poco a poco el estío?
Mi yo es un mosaico que duda entre su raíz y su tiniebla.
Que alguien llore cuando mi púlpito se seque, que no finja
ser ídolo este polvo sin química ni ardor.
El adiós sin silabas será mi canción, mi dádiva o mi luz.
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