Han llovido experiencias y multitud
y aún no reconozco tu abrazo. Días de lluvia,
eternos como un latido, espejos invisibles
donde yo vi tu asombro, mosaicos en la calle
que no recitan tu hemisferio. Sé que admites
el aullido de la palabra, y también el reverbero de la luz
a la que insultas, enfebrecida. Te busco en mi hogar
cuando no quiero el desliz de un cuerpo, te imagino
sola al abandonarte en el dintel de un cuarto prohibido.
Tú sabes del dolor de la latitud y de los alambres del presente,
te añoro como perfil que atisba mi sombra, en las mañanas
perdidas entre las flores que nunca conocí
y que solo tú me recuerdas.
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