Así fuiste: rodilla en invierno, margen de luz
en la caracola ciega. Tu nombre una elipse,
tu voz el arbitrio de los cóndores en las acequias de la bienvenida,
Siempre serás el árbol desplegado,
los rizos y su color, la cintura que no pide oráculos,
el hambre abstracta de la juventud. Te quiero
y te querré bajo los olivos verdes, sangrará la rosa
del futuro con sus ovarios en cruz y la metamorfosis de la abeja
rondará la nube que se anuncia, sin fin, como una isla en marcha.
Nuestra singladura esconde un río alegre, sus olas de niño,
el viaje que brota en la transparencia del tiempo
no habita los siglos del erial o las cicatrices del espejo blanco.
Sé que es duro imaginar tu palabra sin la mía,
recorrer con la linterna apagada los laberintos que un día incendiamos,
las salidas que fueron renuncia, la ósmosis terrible
de dos cuerpos que se amparan. Piensa en la raíz
que, sumergida, invita a llamarnos memoria, luna inversa
en tu seno que, una vez, en las locuras de la bienvenida
nos alumbró, opaca ya por el éxtasis de los columpios,
o por la mirada que se vuelve vieja, sin querer.
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