Pueden ser naturaleza eterna.
Sol, campos, nieve, flor.
Para mí los espacios sin nombre:
el hogar de la absenta, el frenesí del ruido,
tal vez el cristal donde sonríe la aurora.
Todos han sido míos en el desliz de las noches,
también han poblado las tardes en los cafés
cuando el murmullo era la caricia o el perdón que no buscaba.
¿Y la sed de los trenes con su músculo impertérrito
de kilómetros sin mar? Y por fin la casa
que es mi doblez y mi sueño- paredes que abrazan,
relojes que miran mil rostros antes de la fuga-
o la paz de una huella que sobrevive a las horas
agrestes que no cesan de percutir en mi voz
como un sonajero amargo.
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