sábado, 29 de septiembre de 2018

La casa en mi piel

Ya sé que vendrás, madre, con tu cabello gris
y tu voz de trino.

Amanece en esta casa de telarañas viejas,
quien ansía el fluir no escuchará el golpe del metal
sino la melancolía fugitiva de los instantes,
el azul en la tiniebla que crece.

Cada día escribe un palimpsesto
en las grietas de la caoba,
desde la esgrima de mi almohada
surcos de polvos mágicos
encienden el universo mínimo del existir.

Una ruleta dócil cuando llega el milagro
del sol con la elegancia de la noche interrumpida
y un clavel en su tierno pecho.

Se acurruca con la liviandad del auxilio
-sabe, conoce la alquimia de los duendes-
y gira o ejerce su baile de silencio
en la doctrina universal de la costumbre.

Tan fácil este cosmos de margaritas rojas,
de espejos en éxtasis,
de adornos que fingen un misterio para ser futuro.

Yo dejé una cola de episodios o secretos,
cada cuál vuelve a su memoria como un lince despierto
y mira y comprueba que hay signos de su paso,
máculas que nadie ve
en el resplandor desvaído de un nombre.


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