Cómo alarga su sombra el día.
Así el dibujo de unos cabellos
que van y vienen como guiños de azar.
Palpo la infantil esencia de una rama de acebuche,
su orgullo o su sed se estiran hacia la luz
igual que lenguas amantes.
Qué de esa cómoda
cuyo rostro de caoba me acompañó hasta aquí
o el cristal donde se refleja la decadencia de mi cuerpo
ayer sol y hoy baldío.
En la habitación el silencio arrebuja el hambre de las telarañas,
ya sé que falta el paso leve de tus piernas,
el místico albur de tu partida.
Por fin la costumbre vive en soledad
pero recuerda cuántos amaneceres nos conmovieron,
recuerda los desayunos
en que mi presencia y la tuya
formaron un nudo de felicidad
y ansia.
Como proyecciones en una pared eterna
desfilan los momentos de la luz,
somos tú y yo las figuras que tiemblan
en el mosaico de la memoria,
no dejes que se apague la llama unívoca
de la que nacen
las flores azules de la añoranza.
Y aquí sigo contemplando cómo crece el día,
cómo reviven los sueños,
cómo la vida me enseña
que no hay lucidez más allá de ti,
de tu sombra omnisciente
y a la vez, frágil.
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