Una voz es la doncella que viste de azul lo que fuimos.
Si pudiera un cuerpo agitar sus cascabeles
encontraríamos allí la sombra de las sombras
en el paso de los días y su flecha indócil.
Te veo ajada, perdida,
blanca como un almanaque sin números.
Todo el camino halló de pronto
las flores muertas de cualquier mes que no calla.
Tú ya sabes que la palabra es nuestra
y vive en un círculo,
el que le damos cuando tú y yo somos nube.
¿Y si un corazón dibujara en su fondo los vestigios del deseo
qué no daría la luz por alumbrar el estigma
de lo no encontrado, su nieve?
Todos los años regresan
como el sonido de un laúd que jamás conociste.
Y es en el juego de los espejos
donde la senectud se vuelve argucia,
trampa en el trasluz que no quieres ver.
Tal vez nos falte un abrazo
para sellar el dulce candil de lo efímero.
Que sepas que hay humos en los toboganes
que forman el devenir exacto de un reloj
y que los hilos invisibles han tejido su ardor
en el tiempo de las tortugas,
la red de un yo que acabará sus días sin ti.
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