Nada importa si un sueño tiene alas, alas adormecidas
como un arco iris de nieve. Porque el horizonte es hermoso
y no hay silencios de infertilidad, porque cada palabra
es un eje en el que el mundo se mira para no volver a la sed.
Abrázame con la calidez de tu nombre, ocupa este espacio
que convertiremos en paraíso, habla como si un símbolo
fuera táctil y cien mil espectros transitaran nuestras manos
en un carrusel multicolor. Así es la juventud cuando no existen
espejos ni tampoco la ignota mirada del futuro. No permitas
que el tiempo mate el estallido de tu voz, mi orilla sigue seca,
tu rostro amaga cada vez que pienso en lo que no dijimos,
en ese astro que jamás ejerció su vocación de luna.
Creo que existen caminos entre la plenitud y la rosa vieja
del olvido. Son mi amparo, más allá de la cruel vigilia
de los días que nunca vuelven al sol de un mar sin islas,
porque temen su quemazón, la herida de las luces muertas,
la falsa quietud que sobrevive en el reverso de un poema.
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