Todavía las luces se están quemando en mis pupilas.
La noche de piedra me habla y estás tú, que ya no
eres pretérito sino un puente de marfil hacia la locura.
Apareciste como bosque de espejos,
ciega, insolente, anónima fue la primera palabra,
después los escarceos de un duende con mallas rojas
y pirañas que salían de libros para amanecer cotidianas en tus pechos.
¿Por qué recuerdo esa noche de cristales, de ciclones y teatros erguidos?
La felicidad es un meteoro, guiña los ojos, maneja ardides de vieja
y me enseña flores en huecos blancos como un mago el racimo de tu carne roja.
Es tarde, siempre es tarde cuando hablas y yo estoy aquí asegurándote
que el magnolio se revuelca entre deseos,
que aquellas bocas regresan de una batalla de sueños,
que por un momento los búhos recitan tu nombre
y ese ulular cae como lluvia en mis manos abiertas.
No recuerdo bien los números, los lugares son amarillos,
imagino el humo vertiéndose en el halo de un faro ausente,
hay un punto de orgullo mas allá de las mesas de mármol
cuando me dices que no soportas los cantos de guerra ,
que estás harta de huir de los vértices de tu cuerpo.
Salir, retornar, vivir, tocar la rugosa piel de un árbol
del que ignoras su memoria, huir de la voz de los muertos(todo está muerto,
las pisadas hacen el camino de vuelta, el mar es un ojo seco, gelatinoso, inútil),
cinco güisquis, tres oportos, sólo para pronunciar ese arlequín de letras
que nos lleva a la herencia indómita de una chispa de fuego.
Volveremos, no lo dudes, a la piel lisa de los días perfectos,
pero no ahora que bajamos por calles de inmundicia,
comercios pequeños como pupilas de invierno,
letras en los rótulos(enfermas, demacradas),
orín en las cerraduras, arañas comiéndose el tiempo
y el mar haciendo su nido de azabache en el ángulo obtuso de tus senos.
Ahí está nuestro coche, amor, subamos al ruido de dos cuerpos que se hieren,
abre tus párpados, muerde en el centro, en la espina dorsal de mis miedos,
condúceme al odio, dame vida, ¿qué pasa en los cristales?,
dragones mueven mis brazos, tú me preguntas por aquel sueño
que se levanta intacto en los labios, iremos al teatro, lo juro, como lobos
iremos, porque la vida real sólo quiere rosas de ceniza en las venas,
un golpe de tiniebla, miríadas de lágrimas cristalinas golpean tus mejillas,
qué miseria de jardines, qué dolor de preguntas si es la sangre
una moneda de garfios relucientes, y ese cuerpo anónimo tendido en la niebla,
y nosotros llorando, y esta mierda de azar que se vuelve oscuro
en la lengua.
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